viernes, 11 de diciembre de 2009

ENFERMEDAD DE SAN JUAN BAUTISTA DE LA SALLE




1. COMPARACIÓN LITERARIA
1.1 Hno. Luke Salm
1.2 Hno. José María Valladolid
1.3 Juan Bautista Blain
1.4 Francisco Elías Maillefer.

1. COMPARACIÓN LITERARIA
Tal como no lo relatan los biógrafos de San Juan Bautista De La Salle, al Santo lo acogía el reumatismo articular agudo, y por el cual padeció de varios remedios adaptados al momento cronológico en que vivía como lo fue la parrilla ardiente, tal como a San Lorenzo.
Los biógrafos resaltan las dificultades padecidas y algunas causas por las cuales San Juan Bautista De La Salle contrae el reumatismo agudo que lo lleva a padecer varios dolores, entre ellos están el viaje realizado desde Reims a París a pie como lo anuncia el Hno. José María Valladolid, o las austeridades vividas como lo relata el Hno. Luke Salm o dormir en el piso como lo afirma Maillefer. También son muy descriptivos en relatar cómo era la parrilla por donde paso el Santo Fundador y de que estaba compuesta, como remedio utilizado para que no se produjera la muerte del Santo.
Considero que algo por rescatar de la biografía del Canónigo Blain, es resaltar la caridad de San Juan Bautista de La Salle que como lo afirma daba fuerza al Santo y por la cual hacia que levitara para sufrir el rigor del más cruel de los suplicios, gracias a tal virtud. Los otros biógrafos hacen énfasis en como el Santo sufría esta incomodidad sin quejarse, y cuando el dolor lo aquejaba más, repetía a menudo "Bendito sea Dios".
Los Hermanos José María Valladolid y Luke Salm como dato curioso proporcionan el nombre del doctor que atendía al Santo, el cual era Helvétius o Helvecio y quien fue el que facilito la idea del remedio doloroso practicado al Santo.
Finalmente se hace acento que el remedio doloroso de la parrilla ardiente no fue practicado al Santo una sola vez, sino varias veces durante el año como lo afirma el Hermano Luke Salm.

1.1 Hno. Luke Salm

“Inevitablemente, las austeridades pasaron la cuenta a De La Salle. Esta vez fue un severo ataque de reumatismo causado por el acostarse sobre el piso empedrado de la vieja casa llena de corrientes de aire, por no decir nada de la mala alimentación adecuada, combinada con las otras penitencias que infligía a su pobre cuerpo. Trató de no hacer caso del intenso dolor tanto como pudo, pero finalmente llegó al punto en que el hombre no pudo moverse más: a tal grado había llegado su cuerpo a ponerse reumático. Obligado a buscar algún alivio para continuar su trabajo, De La Salle estuvo de acuerdo en permitir a los Hermanos para que llamaran de nuevo al Dr. Helvétius. El remedio propuesto fue extremadamente doloroso. El paciente fue acostado en una parrilla de madera, que tenía debajo braseros de hierro con carbón se echaron hojas de enebro y otras hierbas para que el humo penetrara los poros del cuerpo y sacará la inflamación. Mientras un lado del cuerpo desnudo estaba expuesto a los carbones ardientes, el otro estaba cubierto con frazadas para concentrar el calor. La pieza estaba sofocante y llena de humo. Cuando el Hermano que ayudaba trataba de ajustar los listones de madera los encontraba calientes que no podía mantener sus manos en ellos. De La Salle sufrió heroicamente toda esta tortura sin quejarse. Aunque el procedimiento resultó efectivo, tendría que sufrirlo de nuevo en años posteriores…”[1]

1.2 Hno. José María Valladolid

“El viaje desde Reims a París, a pie y sin estar del todo curado de su reciente enfermedad, afectaron de nuevo su salud. Y a los pocos días de llegar a París cayó otra vez enfermo, pero ahora gravemente. A lo largo del mes de febrero empeoró, y los Hermanos acudieron a varias amistades para encontrar un médico que curase a su padre. Alguien intervino en las altas esferas, porque nada menos que el famoso doctor Helvecio, holandés residente en París y médico de la corte, se prestó a atenderlo. El doctor verificó que su estado era realmente muy grave y que estaba en peligro de muerte. Sin embargo quiso aplicarle un remedio sumamente fuerte para tratar de sanarle. Se lo dijo claramente: si el remedio no surtía efecto, no tenía salvación. Debía, pues, disponerse para la muerte. Juan Bautista pidió los últimos sacramentos. El párroco de San Sulpicio le administró la unción de los enfermos y luego el viático, que Juan Bautista recibió de rodillas y revestido de sobrepelliz. Después se despidió de los Hermanos, recomendándoles mucha unión y fidelidad a sus deberes. Y se puso en manos del doctor. Afortunadamente, la reacción de la medicina fue positiva y a los pocos días comenzó la convalecencia…”[2]

1.3 Juan Bautista Blain.
“…Durante un año casi entero, en penitencia y oración, pasaba el otro tiempo acostado sobre el yeso, por lo cual contrajo un reumatismo que le dio en lo sucesivo un gran alimento a su paciencia. En efecto, después de haber sido suficiente tiempo víctima de los más agudos dolores, se vio muchas veces baldado del brazo, de las piernas y de todo el cuerpo. Una cosa admirable era que el mal se suavizaba el domingo, lo retiraba de la impotencia absoluta de celebrar la santa Misa, a la que lo había reducido toda la semana. Ese día, se hacía llevar a la capilla, y se arrastraba como podía con la ayuda de los Hermanos que le sostenían del brazo para ir a celebrar. Cada paso le costaba sufrimientos tan grandes como si hubiera andado descalzo por un camino sembrado de espinas; pero la alegría de ir a celebrar la santa Misa los suavizaba. Una vez subido al altar, un doblamiento de fervor y de gracia lo sostenía, y elevado por encima de su debilidad, olvidaba sus males para sólo acordarse del sacrificio que ofrecía. Enseguida, consolado de haber inmolado la divina Víctima y de haberse alimentado de ella, regresaba contento a su lecho de dolor. Sin embargo, para un mal que, al santificarlo lo hubiera vuelto inútil a su comunidad si hubiera prosperado, buscó un remedio -y no sé cuál fue el doctor que se lo enseñó- que sólo podía ser del gusto de un santo. Este remedio es del número de aquellos que nadie quiere probar en sí mismo, y que no se querría aconsejar sino a un enemigo. Y La Salle no creía tener mayor enemigo que su cuerpo; de modo que no hay que admirarse si aprovechó esta oportunidad de añadir este nuevo tormento a tantos otros que le hacía sufrir.
He aquí cómo se aplicó este remedio. Cuando se hubo extendido al enfermo sobre sillas ajustadas en forma de parrilla de madera, se pusieron debajo dos grandes sartenes de hierro llenas de carbón ardiente, sobre el cual se echaba enebro; el humo cálido y ardiente se introducía por los poros y debía producir la transpiración de las serosidades que causaban el reumatismo, o su consumación fortificando los nervios y las otras partes del cuerpo. Además, mientras el paciente descubierto por un lado, recibía un calor quemante, estaba cubierto por el otro con una frazada y un colchón que concentraban en sus miembros todos los efectos del fuego. Así, en este nuevo género de tormento, una parte del cuerpo no tenía que quejarse de la otra ni envidiarle su suerte: el varón de Dios estaba completamente en el sufrimiento, y ninguno de sus miembros podía escapar al dolor. El pequeño cuarto donde se practicaba este remedio, calentado por el fuego, no tardó en convertirse en una estufa, y una estufa tan llena de humo que se tenía dificultad para respirar. El Hermano que atendía al enfermo, tenía cuidado de no quejarse teniendo ante sus ojos un espectáculo de paciencia que lo conmovía demasiado, para pensar en su sufrimiento. Al mirar a La Salle extendido sobre una especie de parrilla ardiente, se representaba a san Lorenzo sobre la suya que ardía a fuego lento, y juzgaba por la grandeza del santo sacerdote, cuánta fuerza le había dado la caridad al santo levita para sufrir el rigor del más cruel de los suplicios. La curiosidad que tuvo el Hermano de ver si las sillas sobre las cuales estaba extendido el enfermo, no se estaban quemando, le hicieron saber lo que sufría, porque las sintió tan calientes que no pudo mantener allí la mano ni aguantar el calor. El único alivio que el piadoso paciente se permitía durante una operación tan cruel, era suspirar y repetir con tranquilidad e incesantemente estas palabras: ¡Dios mío!, y con más frecuencia las que tenía siempre en sus labios: ¡Bendito sea Dios!
Por otra parte, no se vio libre de este suplicio la primera vez. Siendo el reumatismo una dolencia crónica que reaparece a menudo y que en ciertos tiempos del año se torna más doloroso, era necesario repetir con frecuencia este remedio violento, y volver a acostar sobre su parrilla de madera, al mártir de la penitencia. Sin embargo, este estado de sufrimiento no le impedía estar pendiente del noviciado todos los días, y velar por que se guardara la regularidad en todas las comunidades de los Hermanos. Ni siquiera esperaba a estar completamente curado para ir a visitar los lugares que necesitaban su presencia. Porque no se preocupaba nada de la salud en todo lo que atañe al servicio de Dios, para él era un gusto sacrificarla en su gloria”.[3]

1.4 Francisco Elías Maillefer.
“No tenía más cama en su pieza que el mero suelo. A menudo se acostaba casi desnudo, con su mera camisa de dormir, sobre un cilicio, y en los viajes se acostaba vestido sobre el duro suelo. Estos excesos de penitencia le causaron a menudo resfriados y reumatismos muy dolorosos que lo aquejaron a su regreso de Chartres. Los remedios que le daban para curarlo lo hacían padecer más que la misma enfermedad. Se le acostaba sobre una parrilla de madera, bajo la cual quemaban algunas hierbas que difundían un humo infecto. Sufría esta incomodidad sin quejarse, y cuando el dolor lo aquejaba más, repetía a menudo estas palabras que le eran tan familiares: "Bendito sea Dios". Los que estaban a su alrededor notaron que nunca tuvo en sus dolores un movimiento de impaciencia o de mal humor durante todo el tiempo que duró este tratamiento, que era necesario repetir varias veces en el año, a falta de otros remedios más rápidos y eficaces para curarlo”[4]



[1] SALM, luke.FSC. Señor, Es Tu Obra. RELAL Madrid, 2004. Pág. 104.
[2] VALLADOLID, José María. La Salle, un Santo y su obra. Ediciones San Pio X. Madrid. Pág. 78.
[3] BLAIN, Juan Bautista. Vida del Padre Juan Bautista De La Salle, Fundador de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Libro Segundo. RELAL: Bogotá D. C., 2006. Pág. 152-153.
[4] MAILLEFER, Dom Francisco Elías. VIDA DEL SEÑOR JUAN BAUTISTA DE LA SALLE, sacerdote, doctor en teología, antiguo canónigo de la catedral de Reims y fundador de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Colombia-Santafé de Bogotá D. C: Región Latinoamericana Lasallista (RELAL). PÁG.114.

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