viernes, 11 de diciembre de 2009

SUPERIOR ELECTO 1694




1. COMPARACIÓN LITERARIA
1.1 Hno. Saturnino Gallego
1.2 Francisco Elías Maillefer.
1.3 Hno. José María Valladolid
1.4 Juan Bautista Blain



1. COMPARACIÓN LITERARIA
En el Capítulo General de 1694 se presenta también el deseo de San Juan Bautista De La Salle por elegir un Superior escogido por los Hermanos y que fuera propiamente un Hermano y no un eclesiástico. Los biógrafos nos mencionan que la propuesta de cambio se da porque Juan Bautista no quería ser más Superior General de los Hermanos y quería que otro Hermano de la sociedad ocupara su lugar, pero, la elección recae sobre él.

La votación se hace de la siguiente manera, los Hermanos asistentes al Capítulo hacen su primera votación, pero como no lo dice Maillefer falló a favor de él, afirmando también, junto a Blain, que el fundador tenía miedo de que los Hermanos se hubiesen puesto de acuerdo y lo que hace es proponer una segunda votación y lo dice de nuevo Maillefer recae el resultado de nuevo sobre él, dejando al fundador, en palabras de el Hermano Saturnino “muy sorprendido por esta elección”.

Los biógrafos presentan en este punto los mismos pasos los cuales se llevaron para la elección del superior y las motivaciones expresadas para hacer esta votación, claro está: cada uno nos lo presenta con un lenguaje diferente y con la utilización de frases que cabe decir soy muy propias de cada autor. Hay que rescatar la descripción tan precisa y detallada que realiza Juan Bautista Blain de los sucesos acontecidos en la elección de un nuevo Superior de los Hermanos de 1694.

Otro elemento a destacar es como subrayan los biógrafos que al finalizar las votaciones cuando San Juan Bautista De La Salle es elegido Superior General, él hace redactar y firmar a los Hermanos “un documento haciendo constar que, para veces posteriores, el Superior tendría que ser un Hermano de la Sociedad, y no un sacerdote impuesto desde fuera del Instituto”, tal como lo afirma el Hno. José María Valladolid.

La actitud de humildad digna de admirar e imitar, fue la vivida por el Santo Fundador con los discursos dirigidos a los Hermanos para convencerlos que eligieran otro Superior que no fuera él, y la actitud de los Hermanos, excelentemente descritos por el biógrafo Blain, los cuales afirmaban después del segundo discurso realizado el Santo Fundador: “No ganará nada -se decían a sí mismos- si no es hacerse confirmar en el superiorato por votación unánime. Volver a poner a nuestro Padre en la categoría de sus hijos, y escogerle uno para dirigirlo, sería invertir el orden establecido en la naturaleza y la gracia. Si lo hiciéramos, se volverían a burlar de nosotros y se diría que nuestra sencillez ha sido engañada por su humildad. ¿Nos expondremos de nuevo al reproche que hemos ya padecido de poner la oveja en el puesto del pastor, el Hermano por encima de su Padre, el penitente a dirigir al confesor? Aunque hubiera perdido su carácter sacerdotal, la calidad de Doctor, el título de antiguo Canónigo, títulos que lo ponen por encima de nosotros; y aun cuando estuviera al nivel de todos los Hermanos, ¿cuál de ellos se le asemeja en inteligencia, ciencia, sabiduría, experiencia, virtud y santidad? ¿Es preciso, entonces, aceptar su inclinación dominante por el abajamiento y la obediencia en perjuicio de nuestra Sociedad? ¿Es preciso, entonces, que su humildad se imponga sobre nuestro deber, nuestro reconocimiento y nuestra equidad?”


1.1 Hno. Saturnino Gallego.
[1]

¿Qué faltaba al Instituto para serlo plenamente, aparte del reconocimiento exterior? Para el fundador quedaba un electo clave, y tan importante, que alargo por ello un día más el Capitulo. Efectivamente era hora de que esa sociedad enteramente constituida, eligiera, democráticamente a un superior. De La Salle lo planteo vivamente, pero se adelanto a una posible convergencia de votos en su persona.

Es muy importante asegurar la importancia del Instituto. Al ser Laicos, tal independencia estaba siempre el peligro. Bien claro era que las religiosas seculares dependían siempre de un sacerdote externo.

Era, pues, decisivo que, en la vida del fundador, un Hermano asumiera el cargo de superior general.

Los Hermanos escucharon, rezaron, dialogaron… y votaron. Unánimemente, las papeletas repetían el nombre de Juan Bautista. La sorpresa de este fue mayúscula. Repitió los argumentos, pareció indicarles que podía faltarles en cualquier momento, y pidió nueva votación.

Inútilmente. La urna repitió el resultado. De La Salle se sometió, no sin cierta preocupación. ¡Lo había pensado tanto! era la prudencia más que la humildad la que dictaba sus palabras. Al fin decidieron redactar un acta a continuación de las trece formulas de profesión y formarla todos los presentes. Así dice la declaración:

“nosotros, los abajo firmantes…, reconocemos que hemos elegido por superior al Sr. Juan Bautista De La Salle… Declaramos igualmente que pretendemos que la elección presente al Sr. De La Salle por Superior no tenga en adelante ninguna consecuencia, ya que nuestra intención es que, después de él, y en el futuro para siempre, no sea nadie recibido entre nosotros, ni elegido por Superior, si es sacerdote o si ha recibido las ordenes sagradas; y que no tendremos ni admitiremos siquiera a nadie cono Superior si no se ha asociado y emitido votos como nosotros y los demás que serán asociados a nosotros en adelante. Vaugirard, a 7 de junio de 1694.

No tardara De La Salle en designar algunos cargos generales para descargarse oficialmente de su enorme trabajo. El Hermano Juan Partois será secretario general; el Hermano Carlos Frappet ecónomo general.


1.2 Francisco Elías Maillefer [2]

Agregó, el señor de La Salle, que desde que el número de Hermanos había aumentado considerablemente, tenía la intención de entregar la dirección del Instituto, pues no convenía que él continuara como superior a la cabeza de ellos, ya que no era más que un pobre sacerdote en quien no debían poner toda su confianza, sino en Dios sólo quien en verdad era su padre y protector. Sobre este punto se extendió ampliamente para hacerles comprender que debían elegir a uno de entre ellos para dirigir el Instituto, proporcionándole una gran satisfacción al dejar el cargo.

Los Hermanos quedaron sorprendidos de su propuesta, la cual no esperaban. Le rogaron que dejara para más tarde el asunto con el fin de pensarlo bien. Pero el señor De La Salle, temeroso de que un aplazamiento pudiera darles tiempo para consultar el caso con algunos superiores eclesiásticos y dar así autoridad para rechazar lo propuesto, los obligo a proceder, en el acto, a una nueva elección. Entonces se pusieron en oración y, después de una media hora, les hizo todavía una reflexión para sugerirles que votaran con espíritu de desinterés y con entera libertad; que se despojaran de toda prevención y no obraran sino con la mira puesta en Dios, y para el bien de todos.

Enseguida, se hicieron las oraciones acostumbradas para implorar las luces del Espíritu Santo, y se procedió a la elección con balotas secretas. Despojados los votos, se comprobó que todas las papeletas de los votantes resultaron a favor del señor De La Salle. Este quedo muy sorprendido y, temiendo que tal vez se hubieran puesto de acuerdo, rompió las papeletas y ordeno proceder a una nueva elección.

Se oro de nuevo, y la segunda elección fue idéntica a la primera. La confusión que se apodero de él se transparento en el rostro: cambio varias veces de color y no sabía que camino coger. Los Hermanos, que se dieron cuenta de ello, le dijeron que era visible que tal era la voluntad de Dios y de que ellos estaban resueltos a mantenerse en esta posición; que el bien de este Instituto pedía que siguiera prodigándole sus cuidados, y que cuando ellos estuvieran cimentados, lo dejarían libre de entregar el superiorato a uno de los Hermanos.

Estas últimas palabras lo consolaron y en seguida hizo levantar el acta de elección haciendo insertar en ella que, en el futuro, no podrían elegir sino a un Hermano del Instituto como Superior General. Luego fue a decir la santa misa, en la cual comulgaron todos los Hermanos y, en seguida, pronunciaron el voto perpetuo de obediencia.

1.3 Hno. José María Valladolid [3]

Aprobada la Regla, Juan Bautista abordó el tema del gobierno de la Sociedad. Él era hasta entonces Superior por mandato del arzobispo de Reims, pero una vez que la Sociedad se había dado sus normas, era conveniente elegir el nuevo Superior, que debería ser un Hermano.
Les exhortó a que invocaran las luces del Espíritu Santo y a que dieran el voto a la persona que considerasen más apta para ello. Se procedió a votación secreta, y por unanimidad fue elegido Juan
Bautista de La Salle. El se quedó perplejo y pensó que se habían puesto de acuerdo para no atender su petición. Pero no había sido así. De nuevo les habló y les explicó lo importante que era elegir un
Superior distinto de él; les pidió que la primera votación quedase anulada, y que se procediese a una segunda. Así se hizo. Y otra vez todas las papeletas tenían su nombre. Aunque con repugnancia, tuvo que aceptar. Pero todos determinaron redactar y firmar un documento haciendo constar que, para veces posteriores, el Superior tendría que ser un Hermano de la Sociedad, y no un sacerdote impuesto desde fuera del Instituto. El documento lo redactaron y firmaron al día siguiente de terminar el Capítulo, 7 de junio de 1694, y se conserva junto con las fórmulas de votos de todos los Capitulares.

1.4 Juan Bautista Blain[4]
“Esta asamblea de los doce principales Hermanos unidos y fijados por voto en su vocación, pareció presentar otra vez al humilde Fundador una ocasión favorable para descender del primer puesto. Su humildad, descontenta siempre de verse en él, no abandonó nunca el propósito de hacer subir a un Hermano. Ya había aprovechado de una asamblea semejante para lograr este fin, y había tomado tantas medidas, que había tenido éxito al gusto de la santa pasión de humillarse que lo atormentaba. Esperaba más que nunca tener el mismo éxito en esta segunda asamblea semejante a la primera. Elocuente sobre este asunto, se proponía hacer valer las mismas razones que había ya una vez conseguido los votos de los Hermanos y como seducido su razón. El respeto, la ternura y el apego que le tenían, lo hacían aún más fuerte sobre ellos mismos; esperaba que el temor de resistirle y de causarle molestia los forzara a concederle una vez más el último puesto a pesar de su carácter sacerdotal. Con esta esperanza, los reunió el día siguiente, y no ahorró nada para ganarlos y hacerles aceptar sus puntos de vista. Después de haber abandonado el aire de reserva que les mostraba, tomó uno más familiar, más cariñoso y más insinuante al abrirles el corazón de una manera propia a llevarlos a su objetivo. Les dijo entre otras cosas:
“Puesto que la Providencia los había unido en un cuerpo por medio de los votos perpetuos, era sabio para ellos buscar los medios de hacer esta unión tan fuerte y sólida, que el mundo y el demonio no pudieran alterarla; el primero era poner su confianza en Dios solo, acordándose de que los que se apoyan en el hombre, se apoyan en una caña frágil que, rompiéndose en la mano que la sostiene, la atraviesa, como dice la Escritura…”


“El humilde Superior, sintiendo que los Hermanos no estaban aún dispuestos a satisfacer su amor por la abyección y que tenían dificultad para resolverse a hacer una elección, que él solo creía necesaria y ventajosa, buscó en el fondo de su humildad nuevos recursos de elocuencia y nuevas razones para abatirlos y vencerlos. Para lograrlo, volvió a hacer otro discurso con tanta fuerza y calor que sudaba gruesas gotas. Los Hermanos, muy mortificados por el sufrimiento que le ocasionaba su santa resistencia, no queriendo contradecirlo más, parecieron rendirse ante sus razones, y aceptaron proceder a una nueva elección.”

“Nunca lo creyeron más digno de ser su cabeza que cuando él quiso darles pruebas de que era indigno. Así, todos, sin comunicarse, se confirmaron en la resolución inviolable de mantenerlo en el primer lugar. Terminada la oración, siguió un segundo escrutinio; y este segundo, como el primero, lo designó Superior una vez más por la concurrencia unánime de los votos.
Entonces, los Hermanos, autorizados por señales tan reiteradas y precisas de la voluntad de Dios, se tomaron la libertad de manifestarle que estaba obligado a someterse, y que resistir a su elección sería contradecir la de Dios. Le suplicaron no rehusarse a reconocerlos como sus hijos y de permitirles honrarlo como a su padre. Añadieron que su muerte, por tarde que pudiera llegar, vendría demasiado pronto a ponerlos en libertad de sustituirlo por un Hermano como sucesor, y que la gracia que le pedían era de no hacer este cambio antes del fin de sus días.”


“Al fin, el humilde padre se rindió a los piadosos deseos de sus hijos. Levantando los ojos y las manos al cielo, después de haberse sometido a una voluntad de Dios tan declarada, volvió a entrar en su primera tranquilidad. No obstante, el prudente Superior que no quería que su elección pudiera tener consecuencias antes o después de su muerte para dar a un sacerdote el atributo de Superior de los Hermanos, no quiso consentir sino a condición de que los doce firmaran todos el acta de su elección y que añadieran a esta acta una exclusión formal de todo sacerdote, o de toda persona con órdenes sagradas, para gobernar a los Hermanos. Con gusto se le contentó en este punto para tener el de verlo continuar sin repugnancia en su cargo de Superior.”



[1] GALLEGO, Saturnino. San Juan Bautista De La Salle, Fundador de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (1651-1719). BAC popular: Madrid, 1984. Pp. 268.
[2] MAILLEFER, Dom Francisco Elías. VIDA DEL SEÑOR JUAN BAUTISTA DE LA SALLE, sacerdote, doctor en teología, antiguo canónigo de la catedral de Reims y fundador de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Colombia-Santafé de Bogotá D. C: Región Latinoamericana Lasallista (RELAL). PÁG.108-109
[3] VALLADOLID, José María. La Salle, un Santo y su obra. Ediciones San Pio X. Madrid. Pág. 76.
[4] BLAIN, Juan Bautista. Vida del Padre Juan Bautista De La Salle, Fundador de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Libro Segundo. RELAL: Bogotá D. C., 2006. Pág. 168-172.

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